Por Kley Kafe & Patrizio Niccolai.
Es una de esas ciudades que, si visitas, jamás olvidas. Por sus aromas, el bullicio de la gente, el color de su tierra y de sus casas. Destino imprescindible del que disfrutar en con todos los sentidos.
Popularmente conocida como la ciudad de los españoles, Marrakech encarna, junto a Mequinez, Fez y Rabat, una de las cuatro ciudades majzen, es decir, una de las cuatro ciudades imperiales de Marruecos. En ella, conviven multitud de culturas: bereberes, árabes, cristianos y marroquíes. Y a pesar de que el idioma oficial es el árabe clásico, la gran mayoría también habla francés.
Cuenta la leyenda que cuando se construyó la Koutobia (la mezquita) en el corazón de la ciudad, ésta comenzó a sangrar de tal manera que se tiñó de rojo, un color que predomina en todo Marrakech y en las casas de alrededor, así como en la bandera nacional del país. Los orígenes de la ciudad son algo oscuros, pero popularmente se acepta que, en 1070, Marrakech comenzó siendo un campamento militar establecido por Abu Bekr, un gran jefe almorávide. Su primo y sucesor, Yusef Ben Tachfin fue el culpable de convertir aquel oasis primitivo en una capital que estuviera a la altura de su imperio, el cual se extendía desde el Atlántico hasta Argelia y desde el Sáhara hasta el Ebro. La conquista almohade provocó la desaparición de las primeras construcciones y éstas fueron remplazadas por muchas que hoy en día todavía podemos admirar.
“Marrakech encarna, junto a Mequinez, Fez y Rabat, una de las cuatro ciudades majzen”
Así, esta ciudad se ha convertido en una de las capitales turísticas de moda, y no es de extrañar, porque Marrakech es una ciudad muy viva, con ambiente y paradas obligatorias.
La muralla separa la ciudad nueva de la vieja. Son fáciles de distinguir. Las calles son más pequeñas y estrechas; aunque no te dejes engañar, cada puerta esconde un paraíso diferente. El aroma de las especias se entremezcla con el perfume del jazmín, la hierbabuena y el cedro. Y para recorrer sus calles, nada mejor que fundirte con su cultura, así como con su forma de vestir, ya que las chilabas son prendas muy cómodas, bonitas y, sobre todo, frescas.
Los Riad
En árabe significa “jardines” y son casas tradicionales con patios centrales. No tienen ventanas exteriores, aunque sí interiores. Con esto se consiguen temperaturas frescas en verano y cálidas en invierno. Suelen estar llenas de plantas y, normalmente, tienen piscina. Son trocitos de oasis en medio de la frenética Medina.
Una de las opciones para alojarse en una ciudad como esta, es el Riad Palacios de las Especias, una construcción original que tuvo su origen en el s. XIX y que cuenta con solo 7 habitaciones. Cada una de ellas es distinta a la anterior y está minuciosamente decorada. Es un lugar donde sentir el confort y el lujo de tu propia casa. Además, desde su terraza es posible contemplar mágicos atardeceres, a las golondrinas sobrevolando la ciudad, y las últimas llamadas de las mezquitas.
Aunque si lo que buscas es algo mucho más elegante, siempre puedes alojarte en el Riad Dar Custo, un oasis paradisíaco del siglo XIV que se esconde dentro del barullo de la ciudad.
Las plazas y los zocos
En pleno núcleo urbano está la famosa plaza de Marrakech, la Djemaa el Fna. Este espacio cultural, que también recibe el nombre de Plaza Jemaa el-Fna, se encuentra dentro de la lista de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Humanidad. En él son frecuentes las actuaciones de malabaristas, cuentacuentos, encantadores de serpientes, magos, acróbatas y toda una gama de lunáticos inofensivos que sorprenden y entretienen a los turistas. Los ruidos también se fusionan: cascos de caballos que tiran de carrozas, burros cargados de todo tipo de mercancías, bicicletas antiguas que crujen y se confunden con los cláxones de los coches y motos. En Marrakech también hay espacio para el caos.
Otra de sus paradas más que obligatoria son los zocos, considerados los mejores del país. Esos mercadillos artesanales se extienden por decenas de calles, formando laberintos que desencadenan o inician, porque no se sabe muy bien dónde está el principio y dónde el fin, en la Plaza Jemaa el-Fna. En los zocos se pueden encontrar todo tipo de mercancía, desde ropa hasta comida, pasando por las piezas más famosas de artesanía y especias. Los artesanos se reagrupan por géneros – y sin duda, lo más divertido es el regateo.
Experiencias (muy) luxury
En la vida caótica de Marrakech también hay espacio para el relax, como es el Les Bains Tarabel. Un espacio en el que mezclan distintas técnicas tradicionales en una experiencia sensorial única. En él, se puede disfrutar del Hammam, un baño de agua caliente tradicional marroquí, donde el calor circula a través de las paredes y del suelo de mármol. En sus masajes, los ingredientes que usan son productos naturales como el jabón negro con aceite de argán y la esencia de eucalipto o de naranjo. También es común (y necesario) el peeling con el guante “Kesa”, en el que después se aplica arcilla natural del Atlas. Al finalizar el ritual, ofrecen un té de hierbabuena.
Eso sí, si lo que buscas es un plus en privacidad entonces has de bajar hasta la Plaza de las Especias. Allí encontrarás Le Jardin, un oasis lleno de pájaros, plantas y tortugas que se convierten en la principal atracción turística. O Nomad, un local donde disfrutar de la comida típica marroquí. No obstante, has de saber que Marrakech es una ciudad que se caracteriza por la fusión de las diferentes gastronomías. La cocina australiana se funde con la libanesa, aunque los más exquisitos serán capaces de distinguir toques asiáticos y mediterráneos. Sus platos son simples, están finamente presentados y se elaboran con cultivos locales que entran por los ojos y que se deshacen en el paladar.
Un recorrido en el que no puede faltar una de nuestras experiencias favoritas: visitar Chichaoua. Una sala antigua de té a la que se accede con un código secreto y que solo descubrirás tras subir una pequeña escalera. Todo un ritual del que forma parte Hassan, su anfitrión, quién ofrece la posibilidad de probar diferentes infusiones con una fusión de aromas que llenan de magia el espacio.