Seguro que tú también lo has vivido. Ese pánico con el armario abierto y pensar en: ¿Qué me pongo? A los más pequeños, también les pasa. Y su forma de manifestarlo es llorar como si se acabara el mundo porque no quieren ponerse «eso» que tú has elegido. Y da igual que el plan sea ir a la granja escuela, pasar un día en el campo o estar en la hípica. Si ella quiere ponerse un vestido o él prefiere ese pantalón corto color amarillo (aunque estamos a bajo cero) hay poco que hacer.
No importa la edad, entre los 12 meses y los dos años los niños ya empiezan a desarrollar sus propios gustos a la hora de vestir. Son ellos los que quieren decidir el color, cómo combinan las prendas, qué texturas les gustan… Es parte de su personalidad. Y si les permitimos desarrollarla escogiendo su propia ropa, también les haremos saber que valoramos lo que ellos piensan, es una forma de apoyo.
Por eso el, ¿qué me pongo? llega antes de lo esperado. ¿El motivo? Cada vez son más inputs los que reciben (sí, también ellos) a través de las redes sociales, los programas de televisión y los vídeos de YouTube. Esa fuente de información inagotable hace que mucho antes de lo que esperábamos tengan sus propios referentes (más o menos adecuados) y que en la moda busque un lugar más importante en su vida. Es su primera carta de identidad y así les beneficia en su desarrollo:
Favorece su autonomía
Les hace ser más independientes y seguros de sí mismo. Prueba de ello es llevarles a una boutique especializada en niños, como es la tienda Condor, y dejarles elegir qué es lo que ellos quieren. Al aprender por imitación, se lo pondremos fácil y nos sorprenderá cómo quieren hacer lo mismo que los adultos: elegir mucha ropa y probársela.
También es importante ayudarles a ordenar sus prendas y «acondicionar» su armario para que tengan fácil acceso a todo. Eso sí, puede que un día quiera probárselo todo porque nada le gusta. Pero eso también te puede pasar a ti, ¿verdad?
Les ayuda a crear rutinas
Porque el pensar cada día en «qué me pongo» también es una rutina, será una lección de aprendizaje que sumará a su cuidado diario, higiene o esas tareas domésticas que les encargamos: como puede ser hacer la cama o recoger su vaso del desayuno. Es una forma de responsabilizarse y de hacerles asumir nuevas tareas, como es colocar la ropa limpia o echarla al cesto una vez sucia.
Favorece su libertad de expresión
Bebés, niños, adolescentes… Y también adultos. Todos, sin excepción, necesitamos «gritar al mundo». Y la forma en que vestimos también lo es. De forma inconsciente, en los más pequeños lo hacemos al comprar patucos de bebé. Una vez crecen, ellos también querrán expresarse, les hará sentirse mayores y con ello potenciarán su cretividad.
Se refuerza su autoestima
Todos buscamos la aceptación social: y la forma en que vestimos, la imagen que proyectamos de nosotros mismos, sin duda es el primer paso. El ser ellos quienes deciden les hará ser más seguros, ganar confianza y, en resumen, ser más felices. Es importante que los niños se sientan respaldados en sus decisiones y parte de esa confianza llega directamente de los padres, que respetan su elección.
¿Todo vale?
Obviamente…, no. Pero más que imponer se trata de razonar. Hemos de establecer ciertas normas (o límites) acordes al sentido común. Por mucho que se empeñe en no usar abrigo en invierno, no lo podemos permitir. Pero si quiere ir al parque con un vestido…, ¿por qué no? Será poco práctico, pero, ante todo, será su decisión. Y nada mejor como el «ensayo-error» para que también aprendan a decidir qué es lo mejor según cada contexto, situación o momento.